De vez en cuando, los recuerdos de juventud asaltan esta cabecita loca mia y toman por un rato el control de mis pensamientos, devolviéndome sensaciones, olores, risas e imágenes que casi creía olvidadas.
La mayoría de las veces lo hacen sin un motivo aparente, disparados por un insignificante motivo o, directamente, sin motivo aparente y me transportan a otros tiempos, a otros lugares.
Me regocijo cuando, tras mucho tiempo, puedo volver a recorrer algunos lugares que atesoran un buen puñado de esos recuerdos y descubro, para mi sorpresa, que esos recuerdos, lejos de estar rancios, viven.
Traslarme por fin a alguno de esos sitios pare comprobar que, a diferencia de mis recuerdos, los lugares reales sólo se parecen a los que viajan conmigo en mi cabeza y eso me gusta. Mucho.
Siempre había un motivo por el que el retorno a la comarca del Bages se iba frustrando y ya había entrada a formar parte de esos «sitios a los que un día volveré«. Parecía algo increiblemente extraño, pues está a escasas horas de casa. Incluso hace cierto tiempo de llevo en la memoria del GPS una ruta para cuando esa ocasión se presentara.
Como al Destino le gusta jugar al despiste, así, sin avisar, se me presentó la ocasión de hacer una salida de mediodía completo y no me lo pensé dos veces.
Madrugando lo justo, para ir esquivando los calores veraniegos, enfilé hacia el norte a buen ritmo.
Con algo de tráfico de camiones entre Terrassa y Manresa y con un buen trozo de aburrida autovía más adelante, me iba acercando a los Pirineos.
Unos pocos metros antes de entrar en Guardiola de Berguedà, me desvio a la izquierda y empieza una carretera que me iba a llevar a Saldes, Gósol, Josa del Cadí…
Esos nombres todavía resonaban en mi memoria mientras iba escalando metros por una sinuosa carretera de montaña. Muy buen firme y un paisaje que a cada curva me llenaba la retina de la típica vegetación de montaña y de las primeras cumbres.
Con la visera del casco abierta y una sonrisa en la cara seguía avanzando hasta que detrás de una curva, así como si nada, como si me hubiera estado esperando todo este tiempo, apareció la señorial figura del Pedraforca con su singular estampa.
A estas alturas la sonrisa ya no me cabía en el casco mientras seguía trazando curvas a buen ritmo pero sin dejar de admirar el paisaje en todo momento, que para eso había venido hasta aquí.
Gósol se esconde tras un pequeño cambio de rasante y aparece como escondido, bajo las cuatro piedras de su castillo que indica la importancia que tiempo atrás tuvo.
Parar en su plaza y ver la fuente de la que no para de caer agua es un todo un placer. Refrescarse la cara, respirar el aire puro y ver cómo la gente viaja por la vida a otro ritmo, una gozada.
Sigo camino hacia Josa del Cadí atravesando el Parque Natural y los paisajes cada vez se vuelven más bonitos mientras subo una ladera, la bajo por el otro lado, atravieso un valle…
Lo estoy pasando en grande y el paisaje es brutal, con la Naturaleza a sus anchas. Ver esos árboles que nacen casi de la piedra maciza, encaramados al vértigo del vacío sobre un risco, me llena las pupilas para mucho tiempo.
Continúo bajando por el valle hasta Tuixent, donde vuelvo a escalar la montaña para empezar el retorno hacia casa, pasando por la estación de esquí de Port del Comte.
Ahora las vistas sobre los valles, los embalses son las que predominan, aunque ya anuncian el final del recorrido montañoso y el retorno a casa.
En Solsona paro y descanso un poco a la sombra, digiriendo lo visto y almacenándolo correctamente en el disco duro de la memoria. Quién sabe cuándo volveré a verlo.
El resto del recorrido se convierte en puro trámite, pues a cada kilómetro que voy dejando atrás el paisaje se va transformando en esa jungla urbana que tan poco me gusta, pero donde me ha tocado vivir.